Olas marinas

En la inmensidad

De las olas flotando te vi

Y al irte a salvar

Por tu vida la vida perdí

Juventino Rosas

Entre un mar de llanto y alegrías, fuimos pasando el tiempo, no hacíamos otra cosa, sólo lo dejábamos pasar y ya.

Al principio, nos dolió el encierro y anhelabamos la salida, decíamos extrañar el sol y el aire, y todo aquello que jamás vimos porque estabamos ciegos ante la pérdida que sobre nuestras vidas se avecinaba.

Entre risas y nostalgias extrañabamos todo, incluso aquello de lo que tanto nos quejábamos, después ya casi nada podíamos extrañar, pues comenzamos a vivir en altamar casi como lo habíamos hecho en tierra.

Pensabamos poco, aunque lo cierto es que antes del encierro tampoco habíamos pensado mucho, quizá por eso nos limitamos a imitar: veíamos a un hombre bajito y extraño que actuaba de maneras inexplicables, pero solía estar sonriente y se veía algo esperanzado, aunque no entendíamos por qué.

Quizá hicimos bien, aunque con la imitación no llegaron los motivos de aquel hombrecito que cargaba maderos, a pesar de ser chiquito a nuestros ojos.

Tal vez hicimos mal al navegar, porque durante muchos días nuestra existrencia, si es que así se le puede llamar, se limitó a ver a través de unas pequeñas rendijas, casi siempre cerradas, pues había que evitar que nuestra embarcación hiciera agua, pero nos aburrimos y comenzamos a bajar la guardia, un poco más cada día.

Cuando empezó la lluvia nos pensamos a salvo dentro de nuestra barca, la habían construído los mejores ingenieros. Pensamos que por eso era buena, ahora entendemos que le faltó algo vital, pero supongo que uno siempre termina por entender esas cosas cuando ya se da el tiempo de reflexionarlas.

Ahora, tengo mucho tiempo y puedo ver que en medio de la tormenta, nadie guardó la calma, unos lloraban, otros alegremente se emborrachaban y ya borrachos lacivamente se acariciaban, mientras las olas afuera del barco golpeaban fúricas.

Al final, todos salimos de la embarcación a la que habíamos llamado «Detente», salimos cargados de esperanzas vanas, flotando entre sueños y mostrando alegres una sonrisa que pronto terminó, pues nos enteramos de que a nuestra embarcación le faltó una alianza fundada en la humildad que sí tuvo Noé, así se llamaba el hombrecito extraño.

Ahora, nos encontramos muy quietos bajo las olas, sonreímos y a veces parece que nos carcajeamos al recordar que imitabamos a un hombre chiquito, pero esperanzado, y que todo copiamos de él menos la fe y la humildad del que sabe obedecer ante las tempestades.

Ya sabemos que sin alianza no hay salvación, y aquí pasamos el tiempo viendo secarse nuestros huesos en medio de tanto mar.

Espero que hayamos sido los únicos ilusos que se aventuraron a andar entre las olas sin la humildad de reconocer lo que es propio del mar, y lo que es culpa de los hombres que navegan borrachos entre las tormentas.

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