Se acercó a la habitación de la locura -después de todo- sólo él sabía cómo enfrentar lo que en ese sitio encontraría.
Sólo él y nadie más, pues según se preciaba, nadie conocía la realidad como él que desde temprano y hasta tardías horas de la noche se dedicaba a contemplar, sólo él señalaba las fáciles respuestas que había para cada problema que se le presentaba -la realidad era simple sólo era cuestión de saber manejarla-.
Respiró hondo y dio un paso… con ese primer paso, su corazón casi se detuvo, pues nadie salía cuerdo de la habitación que tenía en frente, pero él estaba seguro de que su destino era vencer lo que ahí había y salir sin mancha alguna de ese habitáculo de loquera,
Exhaló lentamente… su corazón volvió a moverse y dio un paso más, lograba avanzar porque sentía el favor de la providencia, pues hasta ahora todo le había salido bien, según él, ya había vencido a la adversidad y no había voluntad contraria que se opusiera a la suya.
Dio un tercer paso… dejó de escuchar y convirtió su fingida sordera en una virtud digna de encomiarse. -Los oídos sordos son para las palabras necias y las palabras necias, son las ajenas a una voluntad con fuerza suficiente para no caer ante las contradicciones-, se decía. Con esa cercanía a la habitación no importaban ya los cambios constantes de opinión.
Estando más cerca de la puerta, dando un cuarto paso hacia el final del camino, comenzó a ver cómo todo se plegaba a sus designios. Ahora estaba más seguro de no sucumbir ante la locura que salía de la habitación a la que se acercaba lentamente y de la que muy pocos salían con vida o cordura.
A estas alturas del trayecto, comenzó a hablarse en voz alta para no sucumbir ante lo que le mostraban sus ojos, sabía que estaba cerca de una habitación maldita, oculta para muchos en medio de un laberinto peligroso.
Pero, él se asumía como un Teseo, capaz de derrotar al Minotauro. No, mejor aún, porque él no necesitaba de la sabiduría de un dios selectivo como Atena, que a pocos daba sabiduría y deja a muchos sumergidos en la oscuridad.
Sus ojos comenzaron a ver imágenes muy violentas, fuego, sangre y muerte por todas partes, era como si se estuviera enfrentando a los cuatro jinetes del apocalipsis en un pequeño instante, pero él sabía que su sabiduría era suficiente para no caer en provocaciones dantescas, así que comenzó a reír para sacar de su mente lo que ahí veía.
La violencia de las imágenes que tenía ahora enfrente debía ser falsa, un montaje o una alucinación a la que no había que hacer caso, por ello supuso que el remedio para esto, eran las palabras y ensalmos apropiados y a esta altura del camino él sabía muy bien que sólo él conocía esas palabras.
Girando el picaporte y dando un quinto paso entró en la habitación de la locura y ahí encontró al causante de tanto daño, estaba mirándolo fijamente a los ojos. Sus ojos llenos de odio y su boca desfigurada por la amargura causaban una mezcla de horror y asco que pocos podían soportar, la boca de ese monstruo estaba llena con la sangre de sus víctimas y él estaba a punto de convertirse en una más sin no actuaba rápido.
A punto estaba el monstruo de atacarlo y él lo sabía, así que levantó su puño y gritando –Muera este corrupto monstruo- rompió el espejo que en salón bien iluminado le mostraba su terrible rostro.
Cuando sonaron los cristales cayendo, dio un paso más para tratar de acabar con los miles de pequeños monstruos que se quedaron esparcidos por todos lados.
Murió rompiendo espejitos.