Se cuenta que Pancho Villa, afusilaba y después averiguaba, y aunque los más puristas y expertos en derecho y moral castigan con dedo flamígero este tipo de horrores, lo cierto es que el general Villa sólo estaba siendo un fiel reflejo de la sociedad mexicana.
Una sociedad que castiga y después averigua, pero lo cierto en que en sus averiguaciones termina por tener la razón, aunque la verdad esté lejos de su juicio.
Vemos con horror que las personas que nos son cercanas sufren, algunos por violencia y otros por hambre o por extraña enfermedad, pero igualito que Pancho Villa: fusilamos y ya después averiguamos si hubo o no víctimas que reclamaran justicia en el mal que vemos.
– Se enfermó- dicen con lágrimas en los ojos.
-Si enfermó es porque no fue precavido, no supo estar en guardia y no demostró ser digno de estar saludable- responde una voz desde el estrado al tiempo que ofrece como consuelo el hecho de que algún día vamos a morir.
Y el enfermo es maldecido por la enfermedad y ejecutado por la maledicencia.
-Lo robaron- acusan algunos indignados.
-Es porque mostró lo que tenía, no supo entender que la diferencia en posesiones ofende a la igualdad- esputan los defensores de los pobres ladrones, gente buena que ha sido orillada a robar para acabar con la desigualdad en un mundo que no sabe vivir de manera austera, esputan tomando tribunas y comiendo pasteles para saciar el hambre de reconocimiento y justicia a modo.
Y el robado es ejecutado por las órdenes del ladrón y nuevamente por los jueces que lo culpan de haberse dejado robar.
-Lo mataron- acusan los deudos temblando adoloridos
-De seguro es porque andaba en malos pasos o porque carece de superioridad moral, por eso se ven sus restos en un puente y en las afueras de un hospital repleto o en una casa carente de oxígeno o auxilios- apuntan los que usan del discurso fuerte en el púlpito y del discurso débil cuando les toca acercarse al banquillo de los acusados.
Y así el asesinado es ejecutado por el que le quita la vida y es marcado por una sociedad que lo culpa sin haber averiguado cómo acabó en donde lo encuentran.
Cuentan que Pancho Villa fusilaba, enterraba, reflexionaba, desenterraba y volvía a fusilar apoyando su proceder en una supuesta superioridad moral que le daba su carácter como centauro.
Pero, esa superioridad que es sólo perteneciente al caudillo se perdió, pues un día asesinaron al centauro en emulación de la centauromaquia ateniense y buscando que la paz ocupara el lugar de la barbarie.
Muere el centauro del norte con 16 disparos en el cuerpo, pero su espíritu vive en todos aquellos que fusilan y después averiguan si el muerto era inocente o culpable. Pancho Villa murió con una doble ejecución, sin juicio y con suposiciones de que el centauro nuevamente se levantaría.