Después de la expulsión, y con los ojos bien abiertos, ambos, cada uno por su lado, vieron lo que perdieron, vieron lo mucho que se culparon, dejaron de comprenderse y se sumieron en el dolor y en el trabajo.
El sudor de su frente le fue nublando la vista al hombre, mientras que las lágrimas por el dolor fueron tapando poco a poco los ojos de la mujer, entre el trabajo en la tierra y los dolores de parto que la llevaban al llanto, ambos poco a poco se fueron cegando.
—La culpa la tuviste tú—, le recriminaba el hombre a la mujer, —Injustamente me reprimes— contestaba ella llorando, mientras buscaba hacerse macho para revertir el daño.
Entre cegueras y pleitos ambos se fueron separando, hasta que dejaron de entenderse, sus lenguas se habían confundido y sus corazones se habían dispersado, ahora sólo veían y hablaban para escucharse a sí mismos y los reclamos que tenían.
Con el paso de los años, Adán y Eva, juntos, aunque cada uno por su lado sufrieron la muerte de Abel a manos de un hijo que según ellos el otro había malcriado, —tú lo consentiste mucho— le decía Adán a Eva; —tú le exigías demasiado— respondía ella llorando.
Entre más sufrían y lloraban, entre menos esperanza y confianza tenían, más se les iban cerrando los ojos y sin darse cuenta más se estaban encerrando.
Ni Adán veía que Eva compartía la condena, ni Eva veía en Adán a su compañero de antaño, ambos buscaban aniquilar al otro, mientras se sumergían en un profundo pozo del que pensaban salir cavando, cada uno por su cuenta, cada uno por su lado.
El sudor y el llanto de Adán y Eva, fueron tan bastos que la tierra bajo sus pies se fue mojando. Tanta fue la humedad que poco a poco el polvo se convirtió en barro. Ahora los dos expulsados no sólo estaban ciegos, también estaban completamente atascados.
Entre el lodo formado con polvo, sudor y llanto, Adán y Eva acabaron juntos, pero incomunicados, poco a poco, se fueron mutuamente anulando, —tú no me entiendes, no me escuchas— decían al unísono sin escuchar la voz de a lado.
Ciegos y atascados en el barro, hombre y mujer comenzaron a sentirse solos, porque en el juego de las culpas ninguno escuchaba al otro, porque no había una mirada que les reflejara lo que eran, ni un hombro para apoyarse que no fuera antes visto como estorbo.
Entre la ceguera, la sordera y la inmovilidad que les imponía poco a poco el barro, Adán y Eva comenzaron a manotear y tratar de crear compañeros que les libraran del suplicio; en el que sin darse cuenta se habían encerrado, pero ninguno atinaba a ser buen creador, aunque jugaban a ser como el que los había creado.
Pasó el tiempo, corrieron los años, y cada uno por su cuenta pensó tener entre sus manos al compañero perfecto entre lo que había moldeado. Cabe decir que se hicieron tantos intentos para acabar con la ceguera, la soledad y el atasco que la humanidad no se dio cuenta de la profundidad del pozo que había cavado.
Adán y Eva, ahora se conformaban con charlar con imágenes de ellos mismos, construidas con arenas y materiales que robaban la poca luz que en sus ojos quedaba, ahora estaban tan ciegos que ya no notaban ni el dolor, ni el cansancio.
Así, expulsados, ciegos, sordos y atascados, se fueron alejando de la luz para vivir en un mundo subterráneo, medianamente confortable, al menos mientras no sea necesario encontrarse con el otro o mirar hacia arriba con los ojos bien abiertos y dispuestos a reconocer la luz que nos hace ver lo que significa estar expulsados.