Teteras al fuego

Hay una rata en mi cocina, y ni caso tiene que me queje amargamente o que me trepe en un mueble para lamentarme por la aciaga fortuna de vivir con tan horrible inquilina.

Su presencia me molesta, me da asco y se fija en mi cabeza, lo que hace que no sólo esté en mi cocina, royendo y husmeando como vecina chismosa, también roe mis ideas, porque la muy ladina no se sale de mi mente debido a que invadió mi casa y se metió hasta la cocina.

¿Cómo fue que llegó una rata a mi cocina? ¿Por dónde se metió la muy canija? ¿Por qué no dejo de pensar y de soñar con esa rata en mi cocina? Son preguntas que me enloquecen y que me hacen desatinar, porque no me gustan las ratas y en mi casa no hay espacio para mis alimentos más propio que la cocina, y esa inmunda rata no me deja cocinar. Iiiii.

Si comienzo a pensar, me atormenta la roedora, que husmea y se mete para ver lo que a mi dieta compone, y no conforme con mi dieta husmea en mis ideas y ve lo que ahora escribo, sabe que estoy pensando en ella.

Tras un momento de iluminación veo que quizá la rata y yo no somos tan diferentes, pues ambas comemos lo que encontramos al husmear en los estantes, yo en los del mercado y ella en los trozos de ideas malogradas que se me caen de la mesa en la que escribo.

El parecido entre ese asqueroso animal y yo me enloquece más, y veo que entró hasta la cocina por culpa de mi sensación de autosuficiencia, de creer que podía con cualquier idea, por grandota que ésta fuera, pero los restos de los pensamientos son los que más atraen a esas alimañas.

Seguramente fue un descuido mío la que la invitó a pasar, y como buena rata taimada se metió a mi casa, invadió mi cocina, mi mente y mis sueños.

Hasta el rato que uso para escribir fue infestado por su presencia, con temor a que se me caigan pedazos de un suculento pensamiento o peor aún de ideas que por podridas traigan más ratas a mi cocina y a mi mesa de escribir, y lloró al pensar en ello sinif, sniiiiiif.

Ese roedor que me despierta y me atormenta no me deja en paz, ya quiero que se vaya para que no moleste más, cuando la miro a los ojos y en ellos veo mi reflejo, mi asco se convierte en tormento y no logro tener paz.

Hoy entró una rata a mi cocina. Maldita sea su vecindad, quiero que se vaya lejos para que no ronde entre mis alimentos, entre mis ideas y en todos esos pensamientos que ni yo sé que ahí están.

Sé que gritar no sirve para sacar a esa hábil rata de la que cree que es su casa, la veo muy instalada en mi cocina, en mi casa y en mi cabeza y la quiero lejos ya.

Pero como buena persona poderosa, no atino a pedir ayuda, quizá por esa autosuficiencia malentendida que comenzó por abrirle el paso a la rata que hoy se instaló en mi cocina y con la que es imposible negociar.

Ella pretende quedarse, da señales de ello todo el tiempo, pero yo no quiero que se quede, más vale que se largue por el bien de ambas. Porque el exterminador a la puerta llama y no me interesa que esa rata muera, sólo quiero que me deje en paz y dejar de escuchar su molesto iii en donde quiero cocinar.

Después de varias horas, que se me hicieron eternas.

La ejecución de la rata llegó a su final y con algo de culpa al verla, noté que de entre todas mis vecinas, esa rata que pretendió ser inquilina y luego dueña con título de propiedad, no sólo de mi cocina, sino de mis horas para trabajar, vino como invasora porque pensó que yo la invité a pasar.

Hubo una rata en mi cocina y sus acciones ratoniles me obligan ahora a limpiar: la casa y la cocina; la mesa en la que escribo y los sitios en los que me siento a pensar.

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