Infidelidad

Siendo fieles al relato y a la tradición, el Iscariote traicionó a su maestro y lo entregó para que padeciera a manos de los hombres los dolores de la flagelación y la cruz.

Esos mismos dolores, trajeron consigo la salvación de las almas que son fieles a las enseñanzas del colgado del madero.

De igual forma, y siendo fiel a su naturaleza, el Nazareno, perdonó desde la cruz, al que lo entregó y lo igualó ante el juicio público con bandidos y asesinos.

El Hijo de Dios no dejó de ser él para mantenerse fiel a sí mismo y a su palabra, y con ello a pesar de la ignominia, se elevó por encima de todo nombre.

También perdonó al que lo negó tres veces, a quienes corrieron asustados y lo dejaron solo; y al buen ladrón, quien reconociendo que había hecho mal y estaba en el mismo suplicio que el Salvador, se robó su corazón.

Atendiendo a estos ejemplos breves, podemos notar que una persona fiel es similar al hilo que sostiene a una balanza: es constante y da cuenta con equilibrio de sus actos, a menos que ese hilo se afloje o se rompa.

Por el contrario, una persona infiel es aquella que se distingue por su inconstancia, por lo que nunca es posible esperar algo bueno de ella, pues actúa como el hilo roto de una balanza y se mueve en la vida pensando que es justa, cuando en realidad su vista está desviada por su propia ruptura.

Siguiendo la analogía de los fieles y las balanzas, y sin ánimo de perderme en ella; para entender una infidelidad como la del Iscariote, es necesario comprender que éste comienza por verse mal a sí mismo, pues pretende equilibrar la vida de otros desde el desequilibrio de un hilo roto que no se ha reconocido como tal.

El infiel iscariote, se vio como aquel que debía guiar al maestro y no como el que debía ser guiado, y se vio como el que debía juzgar, que no era digno de perdón y no como el que debía antes ser juzgado y hasta perdonado.

El iscariote no vio bien, y no entendió que la misericordia de Jesús era más grande que su pecado, pero se juzgó como los grandes, como si estuviera bien equilibrado.

Judas equilibró mal la balanza, y al hacerlo igualó a Cristo con aquello que le era más indigno: bandidos y asesinos. Al notar el desequilibrio y querer componerlo por sus propios medios y sin reparar el hilo de su juicio, no le quedó de otra más que balancearse en el aire y morir.

Pensando en pesos y balanzas, es posible decir que la fidelidad comienza por uno mismo, por ver bien y con atención, para evitar medir mal y desequilibrar nuestra vida, y en caso de hacerlo es mejor pedir la reparación de lo que somos con quien sabe más que nosotros de balanzas y fieles.

Dimas pidió perdón al ver lo mal que estaba el hilo de su vida, lo recibió. Judas optó rechazar ese perdón y se colgó de un hilo que jamás se rompería.

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