La abuela Martina, solía preparar chocolatito caliente para hacer llevaderos los días lluviosos. Sandra recordaba con cariño el vaporcito que salía de la taza, cada vez que su abue le ofrecía chocolatito, espumoso y calientito, casi siempre acompañado con un bolillo y con una buena plática.
Eran momentos felices cuando Sandra visitaba a su abuelita en el rancho, pues la lluvia siempre servía para pasar el día en casa, tomar chocolate y escuchar cómo es que la vida pasaba entre los recuerdos de doña Martina y el cantar de alguna que otra ave despistada.
A veces, las matinales lluvias terminaban con el sol asomándose entre las negras nubes, o con un arcoíris que indicaba que se había acabado el tiempo para recordar y que era el momento de comenzar a trabajar, siempre después de tomar con gusto un chocolatito caliente, que se acababa mucho antes de que siquiera se le formara nata.
-Ningún chocolate se asemeja al de mi abuela- pensaba Sandra mientras veía cómo es que comenzaba aquella lluviosa mañana.
Doña Martina ya había muerto hacía muchos años, y junto con ella un mundo repleto de aromas a tierra mojada, a tortillas recién hechas y a chocolatito caliente, acompañado de anécdotas, consejos y vivencias de una anciana.
-¿Cómo ha cambiado el mundo desde que mi abue se fue?- pensó Sandra; mientras en su citadina casa todo se convertía lentamente en ruido y alboroto porque había que ser muy productivos, como todas las mañanas.
Doña Martina vivió fuera de ese tiempo de prisas y presiones innecesarias, ya había tenido muchas preocupaciones y le contó a Sandra, su nieta, cómo es que cuando era joven le tocaba ir a lavar al río porque en su casa no hubo agua sino hasta ya pasados muchos años, las carencias le hicieron batallar y las batallas que hubo en sus tiempos la hicieron sufrir a ratos dolores que esperaba siempre estuvieran lejos de su nietecita.
Irónicamente en casa de Sandra faltaba el agua porque había escasez, aunque los tubos parecían perfectos, lo malo es que ya no había ríos, pero había prisas y preocupaciones que hacían deseable ir a los ríos y olvidarse de todo con cualquier pretexto.
Cada vez que llovía, la vida se detenía por un rato y resultaba agradable oír a la abuela sacando el molinillo, la olla y las cucharas. Era hermoso hacer el chocolate, ver cómo hervía el agua y cómo es que éste quedaba muy espumoso, gracias al incansable amor de la inmortal anciana.
El chocolatito caliente servía para no tener frío y para platicar un rato, servía para calentar el cuerpo y alimentar el alma con cada relato, que a veces se repetía pero que jamás cansaba a quien recordaba y a quien escuchaba y miraba el mundo a través de esos recuerdos.
Sandra recordaba, y se daba cuenta de que en su memoria vivía hasta lo que no había visto con sus propios ojos. Mientras se vestía para trabajar: recordaba la infancia de su abuela y el rostro severo de su bisabuela; recordaba el sabor del chocolatito caliente que en ese tiempo tomaba, el humito travieso que salía de la taza y lo rico de los bolillos que sopeaba en su tacita.
Sandra anhelaba el tiempo y la libertad con que Doña Martina cocinó cada trago que su nieta se bebió, de su corazón salió el sabor de esos recuerdos, así como la paz de esos momentos…
-Ella- pensó Sandra- No se preocupaba porque las ollas de barro tuvieran plomo, o por tener chocolate orgánico en la mesa, con que fuera tableta de chocolate bastaba. Tampoco se angustió por las calorías o el azúcar que contenía el chocolate; pero, sí se ocupaba en que el chocolatito caliente estuviera rico, en que fuera espumoso y que el pan estuviera esponjocito. Lo íbamos a tomar nosotras y con eso bastaba para mover con ahínco el molinillo-.
Sandra suspiró, y mientras se preparaba para trabajar desde la computadora de su casa, se dio tiempo para agradecer cada taza de chocolatito caliente y cada mordisco de bolillo que tuvo en su infancia, en ese tiempo sin tiempo, sin prisas y con mucha plática.
Doña Martina, se había ido hacía muchos años, pero en la lluvia y en el sabor del chocolatito caliente con bolillo se inmortalizó, a pesar del tiempo, las prisas y la diferencia entre sus preocupaciones y las de su nietecita ya crecida.