Estuvo ensayando, una y otra vez… pero, no salía perfecto, a veces parecía que las posibilidades se agotaban, pero la paciencia se notó.
Fueron 27 ensayos, presentados a sus ojos como centauros que eran, pues en algún sentido compartían una doble naturaleza, una tanto inmortal y mucho de cambiante, pero era necesario hacerlo, de todos los ensayos sólo uno le serviría.
Lo que salía en cada ensayo no era lo que esperaba, así que cual escritor buscaba la mejor de las posibilidades para que su creación fuera perfecta; para que trabajara idealmente a pesar de las imperfecciones que de seguro le señalarían en todo momento y lugar.
El resultado no sería producto del azar, estaba ensayando porque él no jugaba a los dados, cada detalle debía ser perfecto: la relación entre el todo y las partes debía ser clara y hacía falta quien reconociera esa claridad.
Cada ensayo resultaba mejor que el anterior, pero no lograba el deseado carácter de definitivo. Para fortuna nuestra no dejó de lado esa creación en la que trabajó con tanto cuidado, así que podemos verla si es que le prestamos algo de atención.
Por fin, se acabó el ensayo: decidió que todo debía comenzar por el principio, así que con la idea completa de lo que haría dijo -«Hágase la Luz»- y la luz se hizo, y fue el atardecer y el amanecer del primer día…